14th Nov2011

Hampi, tras las huellas del imperio Vijayanagara


De lo más escondido del sur de la India, a lo más popular. Ahora si cogemos la Lonely Planet para acercarnos a la ciudad de Hampi, a tres horas y dos buses locales y una peligrosa rickshaw de Anantapur. Trayecto que, como viene siendo habitual, incluye anécdota: una chica llorando durante más de una hora a mi lado… y yo incapaz de comunicarme con ella. Son esos breves instantes de infinita tistreza que te sobrecogen pero que no te permiten compartir.

Llegamos bien entrada la noche a Hampi, para no ver más que siluetas y sombras. A la luz de la lunay del escaso alumbrado público, mis ojos no hacen más que extrañarse: montañas rocosas y templos por doquier. Ciudad de casas bajas y calles estrechas. Las vacas apuran los restos de comida del día, los perros duermen plácitamente.

Llegar por la noche a un lugar, hacer un mapa mental, y contraponerlo a la imagen del día después, es algo que me encanta. Al despertar veo la ciudad por segunda vez: a la luz del sol, Hampi tiene el aspecto que mi imaginación me había indicado, con la salvedad de que no existe ciudad ni aldea alguna alrededor del templo principal, tan sólo unos cuantos puestos de comida y guest houses para turistas. No existe gente local, solo turistas curiosos y vendedores cansinos.

Dedicamos el día a ver el Templo de Virupaksha y explorar los alrededores. Pese al enorme tamaño, el buen estado de consevación, y el hecho de tener que pagar algunas rupias para entrar, el templo no dice nada especial. A excepción de la sorpresa de encontrar en la parte trasera del templo una sala, de ladrillo y con ventiladores, dónde de verdad rezan los creyentes. Uno de los primeros templos que usan el modelo europeo de explotación turística: se mira, pero no se usa.

Por las colinas cercanas al templo, el paisaje es bien extraño. Las montañas son “montones” de piedras gigantescas. Díficil distinguir qué parte es obra de la naturaleza y qué parte del ser humano. Trato de buscar explicación y alguien me explica que es debido a que hace millones de años esta zona estaba cubierta por el océano… La credibilidad de la historia brilla por su ausencia.

Escalar por las rocas, hacer fotos a los monos, escalar con los monos, hacer fotos a las rocas.

Antes de que se ponga el sol, cruzamos el río para llegar a nuestra legítima guest house: bungalows de madera, con hamacas en el porche, en un jardín de césped y palmeras tropicales, sospechosamente barato y gratamente amigable. Y esta vez el sunset no decepciona: el paisaje de Hampi tiene algo de místico, difícilmente descriptible y comprensiblemente embaucador.

Pero no es hasta el día siguiente cuando de verdad me hago una idea de dónde estoy. Alquilamos unas motos, nos buscamos un simpático guía (llamado Hannuman, como el Monkey King), y dedicamos el día a movernos por los alrededores.

Lo que hoy en día se conoce como Hampi, fué en su día el corazón del gran imperio Viyanagara, que durante más de 300 años, entre los siglos XIV y XVII, dominó todo el sur de la India. El complejo de Hampi cuenta con más de 2000 templos (aunque cierto es que se le llama templo a cualquier construcción rocosa con algo de sagrado…).

Nosotros no disponemos de tanto tiempo ni moral, con lo que nos conformamos con una sesgada visión del top ten a lomos de nuestras scooters.

Confusa sensación de libertad y felicidad al desplazarse en moto por este extraño paraje. Esculturas increibles, templos imponentes, ciudades ancestrales… Pierdo la cuenta de la cantidad de lugares interesantes que veo en cuestión de horas. Y, sin que sirva de precedente, ponemos en práctica la expresión ‘una imagen vale más que mil palabras’:

De vuelta al pseudo-centro de Hampi, no hay nada como un snack de coliflor refrito si viene acompañado de receta de cocina y demostración en vivo. También, por qué no, tiempo para comprar algún souvenir. Cena en el Mango Tree, como manda el protocolo de mochileros, y despedida de la ciudad pasada por agua.

No exagero cuando digo que no existe gente local. En los alrededores no hay presencia alguna de industria o actividad económica, y el turismo no es lo suficientemente agresivo para montar aquí complejos turísticos y restaurantes de esos que tienen cubiertos. Quien se acerca a Hampi es para dislumbarse con el paisaje y los templos, o para dislumbrar a los turistas con baratijas y ropa de mercadillo. No te confundas de bando.

Y cerramos así un increíble viaje, con los dos polos diametralmente opuestos de la India: la olvidada Anantapur y la archiconocida Hampi, con un post donde faltan palabras y otro donde sobran imágenes.

2 Responses to “Hampi, tras las huellas del imperio Vijayanagara”

  • Linda

    Lluís, ¿ya has convertido en un indio? ¡Saludos! =)

  • “Escalar por las rocas, hacer fotos a los monos, escalar con los monos, hacer fotos a las rocas.”

    ….

    Mimetismo gramático sintáctico, o como mierdas se diga. Mú bien !