15th Nov2011

Goa, la pieza ‘sol y playa’ del gran puzzle

by Lluís

El último de mis destinos de fin de semana (aunque ya es ampliamente sabido que ‘fin de semana’ no implica dos días) fué el paraíso prometido de la Indio: el pequeño estado de Goa. Famoso por ser el embarcadero de Vasco de Gama: en su día puerta de entrada de los portugueses a la India, y hoy refugio de hippies mochileros y destino de indios fiesteros.

Debido a deasjustes de horario, me uní al grupo un día después. Punto curioso vagabundear en solitario de madrugada por la ciudad de Panaji, a la espera de que mis compañeros se despierten y me indiquen dónde están alojados. Tiempo que utilizo para pasear, escribir algunas anotaciones, tomar chai ardiendo, y hacer algún que otro amigo indio (mi primer Rajesh!).

Tras dos horas de buses llego al encuentro con mis compañeros en Baga, al norte. Bostezos y voces roncas, todo indica que me perdí algo la noche anterior. Una vez animado el grupo trazamos el plan: alquilaremos de nuevo scooters, seguiremos la costa hacia el norte, y testearemos las playas para ponerles banderas azules.

La primera parada es Anjuna, una playa pequeña, sucia, y con una agobiante multitud. La aventura no empieza por bien pie. El segundo pie es la playa de Vagator, lugar que ya invita al baño, al relax, a comer piña natural, y a disfrutar del sol.

Los vigilantes delimitan la “zona de baño” mediante banderas rojas puestas en la orilla. Cuando un indio se aleja de dicha zona, el socorrista utiliza su silvato para llamarle la atención. En cambio, nosotros nos podemos bañar a varios centenares de metros de la zona. La razón me la da el propio socorrista al preguntarle: los indios no saben nadar. Ante tal rotunda afirmación observo con nuevos ojos al personal, justo para darme cuenta de que tiene razón: juegan con el agua cuán niño en la bañera, pero no nadan ni cabucean.

Aprovechamos para echar un vistazo al Chapora Fort, desde donde la vista de las playas es impresionante…

Ponemos rumbo al tercer destino: la sorprendente playa de Arambol. Una tranquila y olvidada playa, donde unos indios juegan a cricket, algunas parejas pasean, y nosotros nos tomamos una cerveza y disfrutamos de la puesta de sol en un agradable baño. Cierto es que he usado tonos sarcásticos en este blog cuando he hablado de los sunsets, pero esta vez me sobrecogió. Bautizada queda como Perfect Beach #1.

De vuelta a Baga es hora de cena, despedidas, y chill out en la playa. La playa es una colmena de mesitas a la luz de la vela y al sonido del mar. Por la mañana éramos veinte, ahora quedamos seis.

Estupenda velada con estupenda compañía. Un amigo apunta el acertado y cruel comentario: “esta será posiblemente la última vez que estemos los cuatro sentados en una misma mesa compartiendo tan interesante conversación”.

Al día siguiente cambiamos de localización: nos movemos hacia el sur del estado. De camino queda Old Goa, y le dedicaremos el día para matar el gusanillo cultural que suele aparecer por mi organismo. Old Goa hoy en día son tres iglesias y dos calles. Con la llegada de los portugueses la capital de Goa se desplazó a Panaji, dejando la antigua ciudad deshabitada.

Aún así atrae a buena cantidad de turistas y curiosos. La imponente arquitectura clerical europea, a la que tan acostumbrados estamos nosotros, despierta un enorme interés entre los indios. Posan cuán estrella de Bollywood:

Más despedidas, más buses, y llegamos a la playa de Palolem al anochecer. Buscando alojamiento a pié de playa nos topamos con un grupo de católicos que rezan y ponen flores. Acabamos en unos bungalows entre palmeras y hamacas.

El grupo ha quedado reducido ahora a tres personas. Al contrario que en Baga, aquí el ambiente nocturno en la playa brilla por su ausencia, se respeta la naturaleza y el ocio de desplaza al interior. Cena tranquila y paseo por la playa.

Tumbado en la arena la noche estrellada me deslumbra. Debería aprender un poco más de astronomía. Debería saber diferenciar algo más que el Cinturón de Orión y la Osa Menor. Cuento hasta seis estrellas fugaces. Ella me duplica el número. Perfect beach #2.

Poco queda por hacer para el día siguiente más que disfrutar de la playa, aprender a surfear con body boarding, pasear por los alrededores y tratar de no quemarse la piel. Por la tarde toca retomar el trayecto de vuelta a casa.

Bien sabido es por la mayoría de mis lectores que no soy un gran fan del combinado ‘sol y playa’ (cuento con dos dedos en binario la cantidad de veces que voy a la playa en casa), pero las paradisíacas, poco explotadas, y turquesas aguas de la India son embaucadoras. Quizás si me quedase aquí más tiempo podría llegar a entender esa euforia contenida que los locales sienten por el agua.

En el bus de vuelta, tengo la sensación de que ahora sí he cubierto todos los flancos turísticos de la India. Añado la pieza ‘sol y playa’ al gran puzzle. Todo lo que venga a partir de ahora será un extra.

Off
14th Nov2011

Hampi, tras las huellas del imperio Vijayanagara

by Lluís

De lo más escondido del sur de la India, a lo más popular. Ahora si cogemos la Lonely Planet para acercarnos a la ciudad de Hampi, a tres horas y dos buses locales y una peligrosa rickshaw de Anantapur. Trayecto que, como viene siendo habitual, incluye anécdota: una chica llorando durante más de una hora a mi lado… y yo incapaz de comunicarme con ella. Son esos breves instantes de infinita tistreza que te sobrecogen pero que no te permiten compartir.

Llegamos bien entrada la noche a Hampi, para no ver más que siluetas y sombras. A la luz de la lunay del escaso alumbrado público, mis ojos no hacen más que extrañarse: montañas rocosas y templos por doquier. Ciudad de casas bajas y calles estrechas. Las vacas apuran los restos de comida del día, los perros duermen plácitamente.

Llegar por la noche a un lugar, hacer un mapa mental, y contraponerlo a la imagen del día después, es algo que me encanta. Al despertar veo la ciudad por segunda vez: a la luz del sol, Hampi tiene el aspecto que mi imaginación me había indicado, con la salvedad de que no existe ciudad ni aldea alguna alrededor del templo principal, tan sólo unos cuantos puestos de comida y guest houses para turistas. No existe gente local, solo turistas curiosos y vendedores cansinos.

Dedicamos el día a ver el Templo de Virupaksha y explorar los alrededores. Pese al enorme tamaño, el buen estado de consevación, y el hecho de tener que pagar algunas rupias para entrar, el templo no dice nada especial. A excepción de la sorpresa de encontrar en la parte trasera del templo una sala, de ladrillo y con ventiladores, dónde de verdad rezan los creyentes. Uno de los primeros templos que usan el modelo europeo de explotación turística: se mira, pero no se usa.

Por las colinas cercanas al templo, el paisaje es bien extraño. Las montañas son “montones” de piedras gigantescas. Díficil distinguir qué parte es obra de la naturaleza y qué parte del ser humano. Trato de buscar explicación y alguien me explica que es debido a que hace millones de años esta zona estaba cubierta por el océano… La credibilidad de la historia brilla por su ausencia.

Escalar por las rocas, hacer fotos a los monos, escalar con los monos, hacer fotos a las rocas.

Antes de que se ponga el sol, cruzamos el río para llegar a nuestra legítima guest house: bungalows de madera, con hamacas en el porche, en un jardín de césped y palmeras tropicales, sospechosamente barato y gratamente amigable. Y esta vez el sunset no decepciona: el paisaje de Hampi tiene algo de místico, difícilmente descriptible y comprensiblemente embaucador.

Pero no es hasta el día siguiente cuando de verdad me hago una idea de dónde estoy. Alquilamos unas motos, nos buscamos un simpático guía (llamado Hannuman, como el Monkey King), y dedicamos el día a movernos por los alrededores.

Lo que hoy en día se conoce como Hampi, fué en su día el corazón del gran imperio Viyanagara, que durante más de 300 años, entre los siglos XIV y XVII, dominó todo el sur de la India. El complejo de Hampi cuenta con más de 2000 templos (aunque cierto es que se le llama templo a cualquier construcción rocosa con algo de sagrado…).

Nosotros no disponemos de tanto tiempo ni moral, con lo que nos conformamos con una sesgada visión del top ten a lomos de nuestras scooters.

Confusa sensación de libertad y felicidad al desplazarse en moto por este extraño paraje. Esculturas increibles, templos imponentes, ciudades ancestrales… Pierdo la cuenta de la cantidad de lugares interesantes que veo en cuestión de horas. Y, sin que sirva de precedente, ponemos en práctica la expresión ‘una imagen vale más que mil palabras’:

De vuelta al pseudo-centro de Hampi, no hay nada como un snack de coliflor refrito si viene acompañado de receta de cocina y demostración en vivo. También, por qué no, tiempo para comprar algún souvenir. Cena en el Mango Tree, como manda el protocolo de mochileros, y despedida de la ciudad pasada por agua.

No exagero cuando digo que no existe gente local. En los alrededores no hay presencia alguna de industria o actividad económica, y el turismo no es lo suficientemente agresivo para montar aquí complejos turísticos y restaurantes de esos que tienen cubiertos. Quien se acerca a Hampi es para dislumbarse con el paisaje y los templos, o para dislumbrar a los turistas con baratijas y ropa de mercadillo. No te confundas de bando.

Y cerramos así un increíble viaje, con los dos polos diametralmente opuestos de la India: la olvidada Anantapur y la archiconocida Hampi, con un post donde faltan palabras y otro donde sobran imágenes.

07th Nov2011

Anantapur, huyendo de Lonely Planet

by Lluís

Disclaimer: este post puede resultar más largo y con menos bromas de lo que el lector está habituado. No se me ocurre otra cosa que pedir disculpas y excusarme con algo del tipo ‘la ocasión lo merece’.

Porque visitar la India desde el euro es muy fácil. Porque venir, ver, y volver es demasiado bonito. Porque siempre se trata de sesgar nuestro punto de vista. Por todo, ha sido genial tener la oportunidad de conocer lo más profundo de la India rural, aunque haya sido desde un jeep con A/C.

Trayecto más largo de lo normal (Manipal – Bangalore – Anantapur) con también algo inusual… una autopista! Había visto carreteras de dos carriles, incluso algo semejante a una mediana, pero creo que en este viaje vi la máxima expresión de progreso y seguridad vial que la India puede alcanzar: carriles señalizados con pintura blanca, señales de tráfico indicando kilometrajes, carriles de aceleración y deceleración… Dicha autopista une Bengaluru con Nueva Delhi, pero parece que el progreso se ha saltado algunas paradas por en medio.

Anantapur es un distrito del estado de Andra Pradesh, en el centro-sur de la India. De 4 millones de habitantes, más de 2 millones de los mismos viviendo en entornos rurales, en pequeñas aldeas de entre 100 y 500 familias. La terrible contaminación de la ciudad, el aire seco y sórdido, una población de cerdos callejeros que supera la de los perros y vacas, canales de agua grises y putrefactos…

Aspecto bien distinto presenta nuestro destino, el campus de la Fundación Vicente Ferrer (si alguien no conoce la fundación que googlee dos mitunos). Conocemos a los directivos, nos acomodamos en nuestras habitaciones y a comer. Y, en el mismo orden, sólo puedo añadir los adjetivos estupendo, estupendo, y estupendíssimo!

La tarde la dedicamos a ver escuelas de la fundación. Primero visitamos una para niños con discapacidades físicas o psíquicas. En sock me quedo al escuchar en primera persona que algunos de estos niños estan aquí internos, simplemente, porque sus padres no los quieren y los abandonan. A continuación una escuela para niños sordomudos; es viernes tarde y corretean y juegan por doquier.

Por último visitamos otra escuela más, enfocada a niños que, por diversos motivos, no se han escolarizado en su tiempo y ahora van muy retrasado en la enseñanza. Con la ayuda de un intérprete, nos presentamos nosotros y ellos nos enseñan sus juegos de patio. También se marcan unos espectaculares bailes tolliwoodienses.

Las tres escuelas que hemos visitado son en régimen interno. Los padres vienen los sábados y domingos a visitar a los niños. El motivo principal es que sus aldeas de procedencia están muy lejanas, posiblemente a más de 3h en coche (por lo lejanos y por las carreteras camino-de-cabras).

Los trabajadores y trabajadoras son personal local, aunque instruïdos por personal profesional de la fundación o de Bengaluru. En las escuelas aprenden Telugu, la lengua local (de ahí la ‘t’ en Tollywood), y las áreas básicas como matemáticas y ciencias naturales.

Volvemos al acogedor campus para disfrutar de un espectáculo de niños danzantes y bailarines, y disfrutar también de la cena casi-española. A dormir me con una extraña, y todavía no definida, sensación de felicidad. Porque lo mejor estaba por llegar.

 

Uno de los compañeros de viaje es Luis, natural de Barcelona. Su padre colaboró en un proyecto para la fundación con el que se recaudó dinero par construir un total de 52 viviendas en una aldea del distrito. El punto fuerte del viaje era, pues, visitar la aldea.

El nombre de la aldea es Vengalammachenvu, con poco más de 2.500 habitantes. Los proyectos de la fundación en esta aldea empezaron en el 2003, y hoy en día cuenta con más de 100 niños apadrinados, 52 casas del proyecto Habitat, y participación en los proyectos Women, Education, Health…

Y así nos esperaban en la aldea:

Lo que vivimos a nuestra llegada es indescriptible. De veras, cualquier intento se queda corto. Fue un ‘Wellcome Mr Marshall” en versión original. Toda la aldea esperaba nuestra llegada, los hombres cantaban y danzaban/peleaban mientras las mujeres nos santiguaban y nos daban la bienvenida. Nos miraban con espanto y admiración, tocaban nuestras manos con vergüenza y orgullo. Todo era una contradicción en si mismo.

Nos llevaron al edificio social de la aldea, dónde, después de la obligada pooja, nos sentaron en la mesa mientras ellos compartían el suelo (aunque separados hombres y mujeres). Hablaban y nos explicaban las mejoras que la fundación había hecho para la aldea. Creo que hasta ese momento yo no me había planteado sus verdaderas necesidades. Nos explican que, gracias a que ahora tienen una casita, pueden dormir aunque llueva y no tienen que temen a las serpientes por la noche. Luis se sonroja, a él le toca explicar que el agradecimiento no es a nosotros, que es al centenar de personas que colaboró.

Paseando por el pueblo, con los bolsillos llenos de cacahuetes y las manos ocupadas con los cocos. Los niños corretean y nos piden fotos. Más que acompañarnos, nos guian y empujan. A cada casa que entramos, nos vuelven a santiguar y nos piden hacer otra pooja. Yo sólo hice una, y la lié al romper el coco con las manos y derramar la leche sobre el suelo. Con una sonrisa pedí perdón a sus dioses.

‘No merecíamos nada de esto’, piensa Lluís mientras dice adiós a través de la fría ventana…

Tras asimilar lo que hemos vivido y comer relajadamente, finalmente visitamos otra aldea para ver como funcionan los proyectos de mujer. Se nos presentan las siete líderes de los grupos. Cada grupo lo componen 15 mujeres y, en él, hablan de sus problemas cotidianos y tratan de ayudarse.

Para potenciar la independencia de la mujer, la fundación les da un micro crédito para comprar un búfalo. Con los búfalos, las mujeres pueden ordeñarlos para obtener leche y así venderla y tener independencia económica. La mayoría de mujeres en las areas rurales ni siquiera tienen una cuenta corriente en el banco…

Posan con orgullo frente a sus animales, nos los enseñan y sonríen. Yo me fotografío con los niños.

De vuelta a la seguirad del campus, nos entrevistamos con Ana Ferrer, la mujer del difunto Vicente Ferrer. Muchas dudas pueblan nuestras cabezas. Ellos llevan aquí trabajando más de 40 años, y mucho ha cambiado el distrito en este tiempo.

– ¿Pero por qué los aldeanos tratan a su difunto esposo como un Dios?
– Para ellos es natural. Eran gente de castas bajas o sin casta, gente que no tenía derecho a poseer nada, que debían vivir de lo que el campo les daba o trabajando en los estratos más bajos de las ciudades. De repente llega un tipo blanco y canoso, y les dice que eso de las castas se va a acabar, que vamos a mejorar el futuro de sus hijos. que vamos a crear escuelas y hospitales para ellos, que nos vamos a preocupar por ellos. No sé, yo también lo vería como algo divino.

 

El tercer y último día lo dedicamos a ver proyectos ecológicos. Siendo Anantapur una región rural y muy seca (el segundo distrito más seco de toda la India), buena falta les hace saber administrar bien los recursos.

La fundación crea mini coperativas de dos o tres agricultores y les proporcionan paneles solares para bombear el agua subterránea. Tienen medidas muy estrictas respecto a horarios de riego y cantidades de agua, para mantener un correcto nivel freático . Pregunto el por qué de las placas solares, pregunto si no es mejor tender corriente eléctrica. La respuesta es obvia: en el distrito hay multitud de cortes de suministro eléctrico.

Nos muestran también un proyecto que tienen para aumentar la fertilidad de los campos agrícolas construyendo presas en los ríos que cruzan el distrito para así estancar las aguas y anegar las tierras. Podrían regalarles arroz, podrían darles pan, pero lo que hacen es proporcionarles los campos para que ellos planten su arroz y hagan su propio pan.

Por último nos muestran también como construyen micro centrales de bio-gas en las aldeas. Consiste en una sencilla instalación con la que una família con más de 4 vacas o búfalos pueden reciclar los excrementos de los animales y obtener así gas metano. Conducen el gas hasta sus casas, dónde con orgullo nos muestran como funcionan los fogones para cocinar. Nos explican lo contentos que están de poder cocinar sin tener que utilizar leña.

Pocas dudas me quedan ahora de la enorme labor que está haciendo la Fundación Vicente Ferrer aquí. Tanto por el contenido como por la forma. Cuando constuyen casas a una familia, la família debe comprometerse a escolarizar a los niños y respetar a las mujeres. Es sólo un ejemplo de los muchos que me dejo en el tintero por no aburrir, aun más, a mis incondicionales lectores.

Ha sido enriquecedor y muy bonito conocer esta olviada área de la India. Y a sus gentes. Me quedo con la multitud de sonrisas que me han dedicado, con la enorme cantidad de sencillas ideas que no me había parado a pensar, con los bolsillos llenos de cacahuetes, y con el terrible sentimiento de que estar en la India debería ser algo más que ver el Taj Majal y comer curry.

Y mi personal y sincero agradecimiento a Luis, quien nos ha permitido compartir con él esta maravillosa, e insisto, no merecida experiencia en Anantapur.

31st Oct2011

Agumbe. Inspira. Expira.

by Lluís

Tras un interesante pero agotador viaje de kilómetros y trenes, me vino bien un cambio de aires. Los nuevos aires a descubrir fueron los de la selva de Agumbe, a 50 kilómetros y 3 horas de Manipal, trayecto que pasé de pie pero con la certeza de no poder caer. (Me encantan este tipo de descripciones; haga usted con su imaginación el resto del trabajo.)

Llegamos a la pequeña aldea y vamos a conocer a nuestra Guest House. Es una gran casa tradicional, con un enorme patio interior central y las habitaciones alrededor del mismo. Pero no es tanto el sitio como la persona. Kasturiaka es la simpática y carismática anciana que regenta la casa y que acoge viajeros pidiendo a cambio agradecimiento y una donación voluntaria.

Tomamos leche de coco mientras nos propone actividades para estos días. Más que proponer actividades, ordena qué cosas ver y en qué momentos.

Dejamos el trekking para el próximo día y el sábado lo dedicaremos a pasear y ver el top five de los alrededores. Nos bañamos en unas bonitas cascadas (nada que envidiar a nuestras pozas), esquivamos un grupo de pesados indios borrachos, y volvemos a la mansión a mesa puesta. Sabrosa, natural y exquisita comida vegetariana. En casa de Kasturiaka la carne y el alcohol no están permitidos, bajo amenaza de pasar la noche en la calle…

Por la tarde subimos a lo alto de una montaña para contemplar el más allá. Bonito paisaje. Me siento y respiro; cierro los ojos y me decido unicamente a eso, a respirar. Bonito también el encuentro con una familia india que me presenta orgulloso a los suyos y me dan unas extrañas pero deliciosas galletas de masala para comer.

Otro trayecto más en el peligroso camión (¿olvidé mencionarlo? El “paseo” es de pié a lomos de un viejo camión al que poco le preocupan las curvas y los baches), y llegamos al “sunset point” a hacer lo propio. Hay cierto fanatismo entre la gente en ver puestas de sol, yo no lo comparto.

De velta a la casa y tras la cena, poco se puede hacer. La pseudo-aldea no es más que una calle con cuatro casas y ninguna farola.

Al día siguiente tocaba trekking, y eso hicimos. Elegimos una ruta ligera, de 8km. Dos jóvenes guías nos llevan por los senderos de la selva, dónde todos los caminos se parecen pero no todos llegan a Roma (o al destino). El destino es un enorme y precioso acantilado, con unas vistas espectaculares. Es el momento de hacerse el interesante y poner el perfil bueno para la foto:

Me pica el pié, me quito los zapatos. Un grupo de sanguijuelas se están dando un festin con mi sangre. Curiosamente todos los foráneos tenemos multitud de las mismas, pero los indios (andando con chanclas) parecen inmunes. Será cosa de la sangre, o será cosa de que están amaestradas. ‘Chupar sangre de los turistas’, nueva metáfora literalizada.

De vuelta a la casa, es el momento de comer y decir adiós a Kasturiaka. Cuando el día anterior nos invitó a tomar leche, tuvimos que recoger nosotros los vasos de la mesa. Es un sencillo gesto, que nos dejó claro que no estamos en un hotel, que somos sus invitados. Ha sido muy interesante convivir con esta mujer y los suyos, ver las plegarias que hacen por las mañanas, comer la sabrosa comida natural que nos prepararon, y disfrutar de la casa como si fuese nuestra.

Con pulmones renovados, y también sangre reciclada, volvemos a Manipal, en el mismo bus y las mismas condiciones. Ha sindo un fin de semana corto (aunque otros lo llamarán “normal”), pero ha servido para sudar y descansar, a partes iguales.

29th Oct2011

Amazing South Trip (4): Mamallapuram

by Lluís

Disclaimer: puede que los lectores de este blog anden ya cansados de viajar por el tiempo y el espacio (concretamente por el sur y el pasado). Pero esto va a cambiar…

No ha sido fácil, como está siendo habitual, pero hemos llegado al último destino del viaje: Mamallapuram. Hay veces que un trayecto de 12 horas en tren no tiene nada de reseñable. Otras veces, un trayecto de 3 horas en bus es toda una odisea. Y así fue en el caso del trayecto de Pondicherry a Mamallapuram: un bus con más indios que metros cuadrados, con un pequeño niño sentado en mi regazo, otro de pié entre mis piernas, gente entrando en cada parada a presión, gente literalmente fuera del bus sujetos como pueden, el revisor capaz de desplazarse entre tal gentío para pedir el dinero del ticket, y el conductor sin prestar especial atención a conducir prudentemente dadas las circumstancias…

Hemos llegado a Mamallapuram, cuna de de esculturas y escultores. Un destino puramente turístico, debido principalmente a los templos bajo la protección de la UNESCO (que no se usan para el culto hindú). Esto convierte a la ciudad en una mezcolanza de templos y playas, bazares y marisco, y turistas y vendedores.

Embriagados por la shopping fever, perdemos la tarde entre souvenirs y ropa de seda. Para rematar el tópico, cenamos marisco a la orila del mar. Y tras casi un mes aquí, es la primera vez que puedo cenar tomando una cerveza. Eso sí, pagadando su precio como si fuese oro (o plata de imitación, al menos).

Photo by Kasia Ja, kindly stolen from Facebook

Por si el clásico despertar de bocinas y gentío no fuese suficientemente, Mamallapuram añade cinceles y martillos a la orquesta matinal característica de la India. Pillamos un simpático guía y nos vamos a ver los highlights de Mamallapuram. La ciudad cuenta los cuatro tipos santuario de la arquitectura Dravidia clásica: templos en cuevas, rathas monolíticos, relieves esculpidos, y templos estructurales.

Impresionado me quedo con el relieve ‘La penitencia de Arjuna’, un relieve de 29m x 13m, el segundo más grande del mundo según nuestro guia (dato no contrastado y difícilmente verídico). Cientos de figuras, entre deidades y representaciones de costumbres humanas, llenan la inmensa pared de piedra. Una grieta en la piedra queda totalmente integrada en el relieve, representando el descenso del río Ganges. Es asombrosamente parecido a lo que yo recuerdo de Angkhor Wat (Camboya).

Los diversos templos excavados en cueva tampoco pasan desapercibidos: los gigantescos ídolos esculpidos en las paredes y las recargadas columnas comulgan a la perfección con la fría piedra y el aire gris de la cueva. La mayoría de estos templos tienen más un milenio de antiguedad y, aún así, requieren de poca restauración y mantenimiento.

Para visitar los Rathas y el templo tenemos que pagar una entrada. Eso no sería reseñable en cualquier otro contexto, pero es la primera vez que pago para ver un templo… Los Rathas esculturas monolíticas realizadas directamente sobre roca maziza. Vamos, que se va “vaciando” la roca hasta conseguir el monolito. No decepcionan, y menos aún cuando se me explica que en realidad los cinco forman parte de una única piedra maziza.

Reservamos el Templo de la Orilla para el final. Se trata de un templo construido: se van añadiendo alturas con piedras talladas de granito y luego se esculpe la ornamentación. Está “milagrosamente” intacto tras del tsunami de 2004 (aunque no sé qué tiene de milagroso un muro construido entre el templo y el mar…) y cuenta con santuarios para Siva y Visnu. Lo más curioso es que hace mil tres-cientos años aquí había un complejo de cinco templos que, a día de hoy, el mar ha deborado. Si se tiene tiempo y dinero, se puede hacer submarinismo y contemplar las ruinas en el fondo del mar. Apunto la idea para mi segunda visita a la India.

Completado el cupo cultural, y completado también el tiempo disponible, nos dirigimos para Chennai a cojer el tren que nos devolverá a nuestra segura, tranquila (y vista desde aquí aburrida) ciudad de Manipal.

Con Mamallapuram, y con más fotos de lo habitual, cerramos la crónica del viaje por el sur-este indio. Y atrás queda una trepidante aventura por el embaucador estado de Tamil Nadú. Un viaje fascinante tanto por lo que hemos visto y vivido, como por todo lo que sabemos que hemos dejado por ver y vivir.

Pero esto no acaba aquí, y en el tren de vuelta ya se oyen rumores de los próximos destinos. Porque, como dice el dicho popular, no es tanto dónde vas, sino con quien vas. Amazing people! Amazing trip!!

 

28th Oct2011

Amazing South Trip (3): Pondicherry

by Lluís

El kilométrico tren, un ensordecedor bus de madrugada, y llegamos a Pondicherry. O eso creo…

Las calles están limpias. Y silenciosas. Calles pavimentadas, con sumideros para las aguas y bonitas casas ajardinadas a ambos lados. Un paseo marítimo ancho y tranquilo. Iluminación en las calles, papeleras sin salidas traseras. ¡Un coche acaba de ceder el paso a una bicicleta! Pero qué demonios… Pronto encuentro la respuesta en el letrero de una calle. Leo ‘Rue Saint Louis’.

Pondicherry fué una importante colonia francesa y danesa (no a la vez, se la turnaron con batallas y destrozos varios). Salta a la vista cuando uno admira la arquitectura de los edificios o la cuadrada planificación de las calles. Para separar colonos de indios no les bastó con una metáfora, y hoy en día un canal paparelo al mar separa las dos partes. La ciudad conserva su encanto colonial y europeo, atrayendo a multitud de viajeros en busca de un respiro entre el agotador ajetreo indio.

Tras encontrar un sitio para dormir (y vaya sitio!) nos dirigimos a la Oficina de Turismo (oficina de turismo, ¿estamos locos?) para unirnos al tour del día. El tour incluye un famoso ashram, el Templo de Sri Vanakula Vinayagar, un museo de arte, el Jardín Botánico, un sucedándeo de backwaters, la Auroville, y una extraña playa. Vamos, lo suficiente para tenernos entretenidos (y cansarnos) durante todo el día.

Visitamos el Ashram Aurobindo. En la India hay muchos ashrams, aunque son pocos los que permiten las visitas de curiosos. Un ashram es un centro de estudio y meditación, dónde la gente se interna en silencio absoluto, abstinencia de alcohol y, en algunos casos, extrañas exigencias respecto al sexo. Las estancias en los ashram suelen ser de corta duración y sirven par meditar y estudiar. Suelen girar en torno a un gurú, fundador del templo, al que se le venera como a un Dios. Fué curioso sumergirse en unos minutos en este peculiar ambiente. No hay pruebas, pues no permiten la entrada con cámara…

Templo, museo, jargín, río… nada destacable. Ir en bus de un punto a otro de la ciudad te hace sentir ajeno a la misma, como un visitante que mira tras la vitrina. El turismo optimizado nunca ha sido lo mío.

Lo que si merece mención a parte es la visita a la Auroville, a las afueras de la ciudad. Auroville es una complejo a las afueras de Pondicherry, donde viven cerca de 2.000 personas, en un ambiente comunal de libertad y harmonía con la naturaleza. Trabajan para la comunidad, cultivan su propia comida, importan-exportan materiales… Todo muy new age: meditan todas las mañanas, comparten la comida, se organizan en pequeños comités, tienen asambleas multitudinarias para tomar decisiones…

Como visitantes sólo podemos acceder a contemplar el Matrimandir desde lejos, una enorme esfera (estilo pelota de golf) que contiene extrañas salas para la meditación, no accesibles para todos los aurovillianos, sólo para los de grado más alto. También de pasada (y a la lejanía) veo el anfieatro de 3000 localidades dónde todas las mañanas se reunen, así como una estación de placas solares, algunos campos de futbol…

Muestro interés y trato de obtener información. Para formar parte de Auroville debo trabajar voluntariamente durante 10 años en labores agrícolas y comunitarias. Después, y tras algún tipo de importante donación, podré ser un aurovilliano, con derecho a voz y voto en sus reuniones.

Este sitio es, en un simple vocablo que cualquier lector pueda entender, una secta. Ecológica, sostenible, inteligente, progresista y muy new age. Con árboles centenarios en vez de candelabros y túnicas. Con la figura de la Mother (que nunca murió, sólo dejó su cuerpo) en vez de cualquier otro extraño líder satánico. Pero no deja de ser una secta, a fin de cuentas. No sé por qué, pero el lugar me invita a quedarme más tiempo. Lo pienso mejor, 10 años quizás es demasiado.

De vuelta a Pondicherry disfrutamos de la rica vida nocturna. Cuando la India consiguió la independencia de los británicos, las colonias francesas llegaron al acuerdo de que los habitantes de dichos reductos decidirían libremente su futuro político. Fruto de dicha libertad y negociación con el gobierno central indio, son numerosas leyes y acuerdos especiales de que goza hoy en día la ciudad de Pondicherry. Entre todo ello, la ciudad queda absenta de los altísimos impuestos que la India aplica sobre las bebidas alcoholicas. Resultado: noche rocambolesca, divertida, y ecléctica.

Me despierto y es tarde. Muy tarde. Maldigo este viaje ajetreado. En la estación de bus no resulta sencillo conseguir el billete. Para viajar “sentado”, reservamos plazas para un bus con dos horas de antelación. Ir sentado no implica tener espacio para tus piernas… pero eso ya es parte de la historia del siguiente y último destino: Mamallapuram.

Atrás queda la burbuja europea de Pondicherry: con desayunos coloniales en terracitas ajardinadas, habitantes con accento francés, y vida noctura más allá de media noche.

18th Oct2011

Amazing South Trip (2): Rameswaram

by Lluís

El trayecto no fué tan idílico como el anterior. Un bus-muerte en toda regla: con sus asientos estrechos e incómodos, con su aire acondicionado ausente, unas carreteras horribles, abarrotado de indios (uno de ellos durmiendo sobre mis piernas)… Con este panorama me resulta imposible descansar. Para compensar la situación le doy palique al chico sentado a mi lado: me explica que la fuga de cerebros en la india es con billete de vuelta, y también me cuenta numerosas leyendas y historias hindúes.

Son las 4.30am. Hemos llegado. Es de noche. Dislumbro el perfil de una enorme torre. Debe de ser el templo.Las calles se extienden alrededor del mismo. Como en un cuadrilatero. Pero no tenemos dónde dormir. Deambulamos. Ningún hotel tiene habitaciones libres. Desististimos. Encargamos a un conductor de rickshaw que nos busque algo. Nos vamos a ver el amanecer.

Aún no lo sabía, pero Rameswaram me tenía reservadas mágicas sorpresas para estos días…

El mismo sol que se fué por el oeste de Kayiakumari vuelve ahora por el este. Y nuevamente no hemos sido los únicos que han decidido ver el amanecer. Multitud de indios ven el amanecer desde el pórtico del templo. Muchos de ellos desde dentro del agua, tomando un baño purificador. Una imagen impactante.

Rameswaram es uno de los puntos más sagrados de la India, pues forma parte del char dham hindú (las cuatro ‘moradas divinas’), y ello atrae multitud de peregrinos. La ciudad gira en torno al templo de Ramanathaswamy, dedicado a un lingam (falo de Sivá). Considerado una obra maestra de la arquitectura india, cuenta con el corredor de templo más grande del país (1200 metros).

Hemos conseguido habitación, pero no podemos entrar hasta media mañana. Nos vamos a la playa en busca de un tranquilo baño. Un simpático fisher man nos guia por las aguas cristalinas en busca de los corales. No son gran cosa, pero sirve para hacer tiempo.

Una vez hecho el tiempo, vamos a visitar el Templo. Desde los aires (o la azotea de nuestro hostal) se veía un templo cuadrado. Desde dentro es un laberinto. Un laberinto de los que te desorientan. Pasillos larguísimos con columnas monótonas, intenso olor a incienso, cánticos extraños. Los indios hacen cola para recibir agua de los pozos sagrados sobre sus cabezas. Dan donaciones a los monjes y reciben las bendiciones. Me siento un extraño, alguien ajeno al misticismo del templo pero embaucado por el mismo.

Salgo mareado del templo. Debe ser el no dormir. Comida veg, ducha fría, y a la cama. Dormir una hora suena a gloria bendita.

Tras la ansiada siesta vamos a Dhanushkodi, al sureste de la isla, el punto geográfico de la India más cercano a Sri Lanka. Desde el extremo oeste, se puede ver un conjunto de islotes y arrecifes que insinuan un paso apedreado sobre un rio (un paso para gigantes, en todo caso). Se cuenta que el dios Rama hizo este camino de piedras para pasar de la península a la isla para rescatar a Sita. En cualquier caso, mi imaginación no está tan entrenada como para ver ahí un camino.

Otra puesta de sol en tal inóspito paraje. Todo exceso cansa. Lo que no cansa y sí interesa es conocer la aldea que pobla la costa. Casas de chamizo, sin agua potable ni alumbrado público. Los niños no me piden dinero, tampoco comida… me piden bolígrafos. Bolígrafos para ir al colegio. Juego con los niños, corretean por las blancas arenas, y cazan cangrejos. Momento mágico.

De vuelta a Rameswaram, y de vuelta al inmundo ambiente de berbena que puebla toda la ciudad por las festividades. Desde nuestra azotea del hostal, rendimos homenaje a la fiesta a nuestra manera. Mañana será otro día.

En el segundo día visitamos otro templo a las afueras de la ciudad, que alberga una de las huellas de Rama . Comparado con el increible templo del día anterior, este suena a aburrido y sobrevalorado. Cansados de templos y, sobretodo, del intenso calor y el abrumador gentío, nos retiramos hacia una playa cercana con algunas cervezas en la mano.

Y aquí viene el segundo momento mágico del viaje: tomar chai en una casa de chamizo, preparado con esmero por una mujer y su tímida hija. Nos invitan a pasar a su casa, el marido improvisa una mesa, la mujer prepara el fuego para hervir la leche. Somos unos huéspedes de lujo en un mundo excluído a los turistas.

Pocos metros más allá me tropiezo con el siguiente momento mágico: una pareja de pescadores preparando sus redes para la siguiente noche. Es un matrimonio mayor, y se les ve muy felices. Me preguntan por mi y por mi familia, también em explican orgullosos que tienen tres hijos.

La barca se mece suavemente. Estoy en la barca con ellos, es de noche. Hay otras barcas en el mar, y también otros pescadores de pié en la orilla. Extendemos las redes y arrastramos de ellas para pescar. Está siendo una buena noche, mañana tendremos mucho que vender en el mercado. Me sonríen.

Vaya, era una ensoñación. Esta vez no he sido invitado.

Horas más tarde, de vuelta al frío ambiente de una estación de trenes. Esta vez me entretengo en comprobar la longitud del tren: diez minutos de reloj para andar de un extremo al otro (a 3km/h, haga usted sus cálculos).

Entro al tren y trato de sintetizar lo vivido en dos días aquí. Sé que cuando escriba sobre todo esto sonará a crónica plagada de datos y exenta de graciosas anécdotas. Esta ciudad me ha dejado un agradable y místico sabor en la boca. Necesito repetir este viaje, pero sin fechas ni prisas. Próximo destino: Pondicherry.

14th Oct2011

Amazing South Trip (1): Kanyiakumari

by Lluís

El miércoles era festivo, así que decidimos tomar unos pocos días libres y hacer un enorme viaje por el sur-este de la India. Las cifras: 2300 km, 7 días, 10 (+2) viajeros, 4 destinos, 5000 rupias. El resultado: amazzzzing trip.

Acostumbrado a pasar las noches en autobuses, el viaje nocturno en tren fué, sorprendentemente, placentero. Las camas del tren nada tienen que envidiar a la que yo uso a diario y, añadiendo el suave balanceo del tren y el rítmico sonido de las vías, dormí cuán niño en su cuna.

El punto interesante del viaje: conocer a Abu, de Bombai (aunque nacido en Emiratos Árabes). Un golpe de realidad, un cesto de curiosidades, y un puñado de nuevas perspectivas. Mi interés por visitar Bombai aumenta, si cabe, aún más.

Ha sido largo, pero hemos llegado al primer destino, Kanyiakumari. No fuí consciente de la enorme cantidad de personas que el tren transportaba hasta que bajé del mismo y visualizé el largísimo andén a rebosar de gente. Creo que aún no he interiorizado el desmesurado tamaño (y población) de la India.

Kanyiakumari se encuentra en el extremo sur de la península Índica. Destino citado en cualquier guía turística y punto de peregrinación de indios de todas las religiones. Es parte del estado de Tamil Nadú y nos encontramos, entonces, con otro idioma, otra comida, y otras gentes.

La razón por la que en la India el inglés sigue siendo idioma oficial, no es la falta de orgullo nacional ni (precisamente) la ausencia de lenguas propias. El problema es otro: el exceso de lenguas propias. La Constitución reconoce un total de 18 idiomas oficiales y 16.000 lenguas y dialectos menores (¡¡16 mil!!). Si añadimos el dato de que se utilizan 6 escrituras (y alfabetos) distintos, la cosa no hace más que mejorar. (Y en este punto Lluís Philosopher concluyó que los Españoles y Portugueses hicimos un mejor trabajo (aka limpieza) en América que los británicos aquí.)

Kayiakumari, y todos los sitios visitados en este South Trip, pertenecen al estado de Tamil Nadú, dónde la lengua oficial es el Tamil. Rápidamente aprendo el vocabulario básico: vanakkam (hola), con sus vertientes kalai vanakkam (buenos días) y marley vanakkam (buenas noches), nanri (gracias) y en peyar Lluís (me llamo Lluís). Es entrañable ver lo agradecidos que quedan los ciudadanos cuando sabes chapurrear dos palabras en su idioma. No esperan eso de ti.

Es festivo, y no hemos sido los únicos que han decidido viajar. Multitud de indios, peregrinos y turistas, visitan el mágico enclave de Kanyakumari. Desistimos de visitar el monumento a Vivekanada (tras más de una hora perdida en la cola). Se trata de una estatua de 133 pies (por los 133 capítulos que tiene su obra Thirukkural) en una pequeña isla cercana a la que se accede mediante ferry.

Para una completa visita turístico-cultural, resta ver el Templo de Kumari Amman y el Monumento a Gandhi. El templo no despierta gran interés en mi persona, pero sí lo hace (y mucho) el edificio de Monumento a Gandhi.

Aquí se guardan parte de las cenizas de Gandhi, y cada día 2 de Octubre (cumpleaños de Gandhi) el sol entra por una pequeña rendija para iluminar el cofre que guarda sus restos. Al emblemático personaje le gustaba Kayiakumari por la simbólica unión del Mar Arábigo y el Mar de Andamán con el Océano Índico, que él asimilaba a la conjunción de las tres religiones (hindú, musulmana, y cristiana), en la que iba a ser la nueva India independiente. Lamentablemente esto nunca ocurrió como él imaginó, y hoy en día fronteras artificiales separan India de Pakistán y Bangladesh.

Así, el edificio tiene rasgos arquitectónicos de los tres estilos y presenta una completa y documentada exposición fotográfica sobre la vida y obra de Mahatma Gandhi. No sin ciertos momentos surrealistas, y multitud de interrupciones de silvato, el simpático encargado del edificio nos cuenta con orgullo como el Monumento quedó intacto tras el tsunami de 2004, y muchas otras anécdotas interesantes.

No obstante, cultura a parte, el Terra Mítica de Kanyiakumari es ver el amanecer y la puesta de sol. Dado que ya habíamos llegado tarde al primer evento, nos quedamos a ver el sunset. Naturalmente, no fuimos los únicos que lo pensaron, y toda una multitud llenaba la costa de la ciudad. Aún así fue bonito. (Agradecimientos a parte al arquitecto de tal desprósito de hormigón.)

El sol se va pero nosotros debemos continuar. Dejamos atrás el sur geográfico de la India, para continuar con nuestro viaje dirección nor-este. Próximo destino: Rameswaram

11th Oct2011

Bengaluru, la metrópoli taciturna

by Lluís

5.30 a.m., bajamos del autobús, abro los ojos, estiro las piernas, respiro profundamente; he llegado, estoy en Bengaluru. Un sórdido amanecer en una ciudad gris, sucia y maloliente. Los perros callejeros rebuscan entre la basura, los ciudadanos más madrugadores van de un lado para otro, los vagabundos apuran los escasos minutos que faltan para el atardecer, los comerciantes ponen a punto sus negocios… Sí, la primera impresión fue devastadora.

Bengaluru es la capital del estado de Karnataka y es, con de 8 millones de habitantes, la tercera ciudad más poblada de la India. La ciudad presume de ser el Sillicon Valley de la India; en los años 90 se hizo muy popular debido al enorme crecimiento de las empresas dedicadas a las tecnologías del software y a los famosos call centers.  Esto ha permitido la aparición de una “clase media” en la ciudad y, con ella, multitud de zonas de ocio y restauración a precio europeo.

No obstante, no olvidemos que estamos en una megapoli india: sales del lujoso Hard Rock Café (tras haber pagado 1200 rupias por la cena y unas cervezas) para encontrarte con calles repletas de basura, atestadas de vehículos y abrumadas por la contaminación. Pues dicha “clase media” vive en las afueras, en idílicos barrios residenciales, con chofer privado y A/C en su oficina acristalada; y esto lo digo con conocimiento de causa.

Bienvenidos a la ciudad de los contrastes.

El sábado lo dedicamos a hacer el turísmo básico: visitamos el Palacio de Bengaluru, el Jardín Botánico y el embaucador Templo del Toro. Para la comida vamos a un sitio que nos han recomendado y que no decepciona: maravillosa comida veg, servida con poco interés pero saboreada a más no poder. El día no da más de si, ir de un punto a otro de la ciudad requiere de muchos minutos (y de muchas rupias también).

Por la tarde-noche fancy dinner en el ya mencionado Hard Rock Café, y otras tantas fancy beers en más fancy pubs, todo ambientado con una intensa lluvia y luces de neón. Lo que no fué tan fancy fué la vuelta al hotel; suelo hablar de “montones” de basura como algo metafórico, pero esa noche literalicé la metáfora en el Mercado de Chickpet.

Domingo más dosis de turismo: visita al Museo de la Ciencia, paseo por el parque Cubbon, vistazo al Palació del Sultán Tipu, e inmersión en el Mercado de Chickpet. Lo más destacado: el Museo de la Ciencia; no tanto por el museo en si, sino por la gozada de ver tal cantidad de niños jugar y disfrutar con los juegos de mecánica, electricidad, magnetismo… Fué como tener cientos de hermanos de 10 años a quienes enseñarle a jugar con la ciencia.

También el mercado deja emotivas imágenes en mi retina: recorro las callejuelas embarradas, escuchando los incesantes gritos de los vendedores, empapándome con una lluvia sucia, esquivando a los otros viandantes, ignorando a los niños mendigos (ardua tarea), pero, sobre todo, arrancando sonrisas en las personas que se cruzan en mi camino, buscando señales de esperanza entre tanto caos.

De vuelta al bus nocturno, camino de vuelta a casa, y yo sumido en mis reflexiones. Es una gran ciudad, el día a día debe ser agotador, esta ciudad es estresante… No sé por qué trato de justificarlo. Lo cierto es que en este viaje me he cruzado con gente poco amigable con los foráneos. Una ricksaw me engañó: dice llevarme a mi hostal cuando realmente me deja en la otra punta de la ciudad, a 6km de mi destino, y con una cara de tonto que todos los indios parecen entrever.

Existen otras costumbres, más comprensibles, a las que ya estoy habituado: que el encargado del autobús no te de el cambio, que un vendedor callejero te cuatriplique el precio de unos cacahuetes, o que una ricksaw te cobre a dedo y se niege a usar el meter. Pero yo, mientras me timen con una simpática sonrisa, soy feliz. Lo que no me gusta es que me timen de malas maneras, con desprecio y alevosía.

La ciudad deja un sentimiento agridulce en mi paladar. Conozco la otra cara de la India, la de las megápolis inmesas y sus gentes taciturnas. He disfrutado la ciudad a cada paso que he dado, y no sé bien por qué. Quizás saber que no es mi hogar, que estoy de pasada, ha creado un cómodo impermeable que me permite fundirme con la ciudad sin llegar a mancharme realmente.

 

Instantáneas

30th Sep2011

Jog Falls: cascadas, monetes, y europeos

by Lluís

‘Cuando el observador se convierte en observado’, bonito concepto. Había oido hablar de ello pero, como tantos otros tópicos típicos, no creí en ello.

Era un bonito domingo caluroso. No habíamos salido de weekend trip con lo que teníamos planeado una perfecta visita dominguera a unas cascadas muy famosas de la India: las Jog Falls. Con más de 250 metros de altura son el segundo espectáculo de agua vertical de la India. La foto venía servida en bandeja de plata:

Jog Falls

Tras 5 horas de autobús, con sus respectivas curvas y baches, y más de 2000 (dos mil!) escalones, alcanzamos la base de la espectacular cascada. Es indescriptible. Pero lo intentaré: cierra os ojos, ponte de pié, imagina que llueve, el agua golpea tu cuerto, tu cara, cada poro de tu piel; pero el agua no viene de arriba, viene de frente, o por los lados, es cambiante… Abre los ojos; te lo perdiste.

Un poco de aventurilla, un chapuzón revitalizante, algún que otro resvalón peligroso, un pepino con curry,y de vuelta a subir 2 kilo-escalones.

Aquí acaba la parte turístico-natural, y entra la parte turístico-social. Eramos un grupo numeroso, llamábamos la atención entre multitud de indios (familias, grupos de amigos, excursiones de colegio…) que se habían acercado a pasar el domingo en el mismo paraje. No sólo llamábamos la atención, sino que de algún modo les creábamos la imperiosa necesidad de saludarte, darte la mano, preguntarte de dónde eres y, si superaban su propia barrera de timidez, te pedían una foto con ellos. Nunca me he hecho tantas fotos con desconocidos, por un rato me sentí cuán jugador del Barça entre fans (vale, que igual exagero, cambiad el símil de jugador del Barça a jugardor del Getafe Elche y se ajustará un poco más a la realidad).

Al principio me pareció curioso. Luego cansino. Al final del día pedía dinero a quien quiesiera fotografiarse conmigo.

Me sentí como un mono. Pero fue divertido.

 

Instantáneas

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