11th Oct2011

Bengaluru, la metrópoli taciturna


5.30 a.m., bajamos del autobús, abro los ojos, estiro las piernas, respiro profundamente; he llegado, estoy en Bengaluru. Un sórdido amanecer en una ciudad gris, sucia y maloliente. Los perros callejeros rebuscan entre la basura, los ciudadanos más madrugadores van de un lado para otro, los vagabundos apuran los escasos minutos que faltan para el atardecer, los comerciantes ponen a punto sus negocios… Sí, la primera impresión fue devastadora.

Bengaluru es la capital del estado de Karnataka y es, con de 8 millones de habitantes, la tercera ciudad más poblada de la India. La ciudad presume de ser el Sillicon Valley de la India; en los años 90 se hizo muy popular debido al enorme crecimiento de las empresas dedicadas a las tecnologías del software y a los famosos call centers.  Esto ha permitido la aparición de una “clase media” en la ciudad y, con ella, multitud de zonas de ocio y restauración a precio europeo.

No obstante, no olvidemos que estamos en una megapoli india: sales del lujoso Hard Rock Café (tras haber pagado 1200 rupias por la cena y unas cervezas) para encontrarte con calles repletas de basura, atestadas de vehículos y abrumadas por la contaminación. Pues dicha “clase media” vive en las afueras, en idílicos barrios residenciales, con chofer privado y A/C en su oficina acristalada; y esto lo digo con conocimiento de causa.

Bienvenidos a la ciudad de los contrastes.

El sábado lo dedicamos a hacer el turísmo básico: visitamos el Palacio de Bengaluru, el Jardín Botánico y el embaucador Templo del Toro. Para la comida vamos a un sitio que nos han recomendado y que no decepciona: maravillosa comida veg, servida con poco interés pero saboreada a más no poder. El día no da más de si, ir de un punto a otro de la ciudad requiere de muchos minutos (y de muchas rupias también).

Por la tarde-noche fancy dinner en el ya mencionado Hard Rock Café, y otras tantas fancy beers en más fancy pubs, todo ambientado con una intensa lluvia y luces de neón. Lo que no fué tan fancy fué la vuelta al hotel; suelo hablar de “montones” de basura como algo metafórico, pero esa noche literalicé la metáfora en el Mercado de Chickpet.

Domingo más dosis de turismo: visita al Museo de la Ciencia, paseo por el parque Cubbon, vistazo al Palació del Sultán Tipu, e inmersión en el Mercado de Chickpet. Lo más destacado: el Museo de la Ciencia; no tanto por el museo en si, sino por la gozada de ver tal cantidad de niños jugar y disfrutar con los juegos de mecánica, electricidad, magnetismo… Fué como tener cientos de hermanos de 10 años a quienes enseñarle a jugar con la ciencia.

También el mercado deja emotivas imágenes en mi retina: recorro las callejuelas embarradas, escuchando los incesantes gritos de los vendedores, empapándome con una lluvia sucia, esquivando a los otros viandantes, ignorando a los niños mendigos (ardua tarea), pero, sobre todo, arrancando sonrisas en las personas que se cruzan en mi camino, buscando señales de esperanza entre tanto caos.

De vuelta al bus nocturno, camino de vuelta a casa, y yo sumido en mis reflexiones. Es una gran ciudad, el día a día debe ser agotador, esta ciudad es estresante… No sé por qué trato de justificarlo. Lo cierto es que en este viaje me he cruzado con gente poco amigable con los foráneos. Una ricksaw me engañó: dice llevarme a mi hostal cuando realmente me deja en la otra punta de la ciudad, a 6km de mi destino, y con una cara de tonto que todos los indios parecen entrever.

Existen otras costumbres, más comprensibles, a las que ya estoy habituado: que el encargado del autobús no te de el cambio, que un vendedor callejero te cuatriplique el precio de unos cacahuetes, o que una ricksaw te cobre a dedo y se niege a usar el meter. Pero yo, mientras me timen con una simpática sonrisa, soy feliz. Lo que no me gusta es que me timen de malas maneras, con desprecio y alevosía.

La ciudad deja un sentimiento agridulce en mi paladar. Conozco la otra cara de la India, la de las megápolis inmesas y sus gentes taciturnas. He disfrutado la ciudad a cada paso que he dado, y no sé bien por qué. Quizás saber que no es mi hogar, que estoy de pasada, ha creado un cómodo impermeable que me permite fundirme con la ciudad sin llegar a mancharme realmente.

 

Instantáneas

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